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Mudarse al color y mover la energía

Hay días en los que nuestra casa parece haberse puesto de acuerdo con nuestro ánimo: todo se ve igual, sin brillo, como si alguien hubiera bajado la paleta del color de la vida.

En esos momentos, el espejo refleja más bostezos que sonrisas, y el sofá se convierte en una trampa de inercia. ¿Cómo podemos darnos ánimo cuando todo parece gris y oscuro?

A veces, basta con mudarse al color. Quizás un poco de color en nuestros espacios es la vibra que necesitamos.

Muchos estudios hablan del porqué el color no es un adorno, sino un vehículo emocional.

Capaz de llevarnos de un estado a otro sin pasaporte ni GPS, y lo hace a la velocidad de una pared pintada o revestida, un cojín nuevo o un ramo de flores frescas.

¿Cuál es el superpoder del color?

El color funciona tal y como comentábamos al principio, como un vehículo emocional

No es casualidad que la naturaleza la use perfectamente en cada estación o que las marcas lo utilicen descaradamente en el consumidor.

Todos los colores tienen un impacto en nosotros.

Por ejemplo, los tonos cálidos como el amarillo, el naranja o el terracota son como trenes que van directo a la calidez de un atardecer de verano.

En cambio, los tonos fríos como los azules, verdes y violetas son como barcos que están estacionados en bahías tranquilas donde el aire es fresco y la mente respira.

El blanco, en cambio, puede ser un amanecer despejado; el negro, una noche elegante.

Si, por ejemplo, sientes que el living se siente denso, un toque de turquesa puede abrir la energía y si a eso le sumamos la luz natural, será un chispazo.

Si te separaste y el dormitorio se siente como un hueco en el estómago, un tono mostaza puede darte una sensación más cálida, quizás con un piso de madera o con una alfombra en esas tonalidades.

¿Cómo podemos cambiar la energía de un lugar?

Si estamos llegando a un sitio y se siente que el ambiente está denso o pesado, una buena manera de mover la energía es cambiando la paleta de colores.

La energía estancada es como el agua que no corre: tarde o temprano pierde frescura.

Entonces, para moverla, podemos sumar una funda, un cuadro, un revestimiento de pared, o la suma de ellos en una rica y agradable paleta de color.

También podés mover de posición algunos muebles, y si algo de ellos no nos trae gratos recuerdos, tenés la posibilidad de regalarlos, venderlos o donarlos.

Esa suma de factores va a darnos una nueva percepción y, con ella, una nueva sensación.

No se trata solo de estética, sino de física emocional: cuando vemos algo distinto, el cerebro se despierta, el cuerpo se activa y la energía empieza a fluir.

Por ejemplo, si tenés un pasillo sin mucha luz y un poco dark, sumarles fotos a los lados, póster, o una paleta de color que ilumine, o una alfombra en tonos rojos y/o naranjas, va a cambiarle la cara del cielo a la tierra.

Otro ejemplo sería sumarle a la cocina blanca y neutral unas lindas plantas, con envases coloridos o pintados de maneras que nos gusten, comprar nuestra vajilla con un toque de color, etc.

¿Cómo creamos nuestra propia paleta de color?

A través del juego. Y como en todo juego, hay que probar, fallar y reírse del experimento.

Podemos empezar por pequeños detalles: comprar esa manta que nos hace ojitos que tiene un tono inesperado sobre la cama, una lámpara con pantalla de color, cambiar un par de sillas del comedor.

También, vale validar aquello, ya tenemos: un piso de porcelanato o vinílico hermoso, un revestimiento de pared en madera.

Y si el miedo a equivocarse nos frena, pensemos en esto: el color no es un tatuaje.

Si no funciona, se cambia. Lo importante es permitir que nuestros espacios hablen de cómo queremos sentirnos ahora, no de cómo nos sentíamos hace tres años.

Ojo no es convertir todo en un colorinche

No se trata de llenar la casa de colores porque sí. Se trata de crear una armonía que funcione para cada uno de nosotros.

Un truco que comentan los especialistas del diseño es pensar en el espacio como una conversación, y preguntarnos:

¿Qué quiero que me diga cuando entro?

Por ejemplo, un living o un pasillo con tonos verdes puede susurrar: ¡bienvenido a casa, todo está bien! Un estudio con detalles amarillos puede decirnos:¡vamos que se puede!

Mudarse al color es cambiar de paisaje sin salir de casa.

Es pasar de una estación a otra, de un ánimo a otro con el uso de elementos simples y fáciles de conseguir.

Es un recordatorio de que lo que vemos todos los días afecta cómo nos sentimos.

Así que, si hoy todo se ve igual y la energía parece dormida, no hace falta esperar una gran reforma.

Elijan un color que les dé curiosidad, que les provoque, que les invite a moverse.

Llévenlo a un rincón, a una pared, a un objeto querido. Y verán cómo, sin darse cuenta, empiezan a mudarse hacia una versión más viva de ustedes mismos.